Micro índice:
970. DE CAPITAL IMPORTANCIA
Cuando era joven, conocí a un empresario que de electricista autónomo había llegado a construir un imperio en el sector de las instalaciones eléctricas.
Tenía una personalidad arrolladora y sincera y, allá donde iba, conseguía captar la atención y el aprecio de los presentes. Una vez le pregunté qué negocio montaría si tuviese que empezar de nuevo con poco dinero y me respondió que alquilaría un pequeño despacho, y con una secretaria, comenzaría con una Empresa de reformas: sólo necesitas el cliente, el resto lo puedes subcontratar. Seguí su consejo y monté una Empresa dedicada a las reformas y a la decoración de interiores.
En las amenas conversaciones que mantuve en su casa, yo solía salir pletórico de conocimientos sobre la humanidad y el mundo empresarial. Entre lo mucho que aprendí de él, lo más importante fue algo tan sencillo como conocer la verdadera necesidad del dinero en el mundo de los negocios. Recuerdo que una tarde, frente a la chimenea del salón de su casa, me comentó más o menos: »muy a menudo, cuando era joven y no tenía nada, apretaba los dientes y trabajaba y trabajaba sin parar hasta que el dinero comenzaba a manar. Se trataba de una cuestión de voluntad y de poder. Entonces el dinero era más mágico que real y ciertamente un triunfo conseguirlo. Me sentía orgulloso de ganarlo, de sacarlo de mi trabajo.
»Luego, con la experiencia, me di cuenta de que el dinero era una permanente necesidad; si fuera a morir pero viviera diez minutos más, siempre necesitaría más dinero para algo, para cualquier cosa. Con la única finalidad de que los negocios sigan mecánicamente hacia delante se necesita dinero, de lo demás se puede prescindir como si tal cosa, pero del dinero no.
»Es curioso cómo también con el paso del tiempo, aunque tengas mucho dinero, no te importa que los proyectos y negocios sean o no de primera clase, lo importante es que te reporten dinero.
971. LAS BAJAS PASIONES
En una época me asocié a un empresario dentro del sector de los T our Operadores, con el que monté una agencia de viajes especializada en viajes culturales. Desarrollamos juntos el proyecto hasta poner en marcha el negocio pero, más adelante, como yo estaba en el sector textil, dejé la gestión en manos de mi socio. Para él, esta aventura era una pequeña diversión que, si salía bien, le daría la posibilidad de comprar mi parte; y, si salía mal, no perdía demasiado pues era una sinergia más de sus negocios dentro del sector turístico.
Nuestra sociedad hizo que me acercase más a su vida personal y observé que era un auténtico pervertido. Cuando salía del trabajo, parecía convertirse en un «niño-hombre» que estaba dominado por su perversidad. Sin embargo, cuando aparecía en el mundo empresarial, este pervertido se convertía en un auténtico «adulto» para los negocios, agudo como una aguja e impertérrito como un trozo de acero y con una visión reveladora y comercialmente inteligente. Defendía sus intereses con astucia, dureza y con un empuje medido y eficaz. Parecía que la perversión en su vida personal le daba una claridad de visión en todo lo referente a asuntos materiales y le infundía cierta fuerza sobrehumana.
Cuando yo hablaba con los ejecutivos de su equipo, todos parecían estar orgullosos de sus triunfos y solían decirme: cómo progresa este hombre y nos ayuda a progresar a todos. Nos alegramos de estar a su lado y de que, en cierto modo, nos deba el progreso también a nosotros. Pero con el tiempo comprobé que conocían sus bajas pasiones y que, en un rinconcito de su corazón, le despreciaban. Aunque le servían en los negocios y le obedecían en todo, pensaban que cualquier vagabundo valía más que él.