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969. NUNCA ES TARDE...
El cierre de una Empresa por su fundador supone a veces su muerte en vida. Esto fue lo que le pasó a un buen amigo mío.
Tuvo que cerrar su Empresa y cayó en una depresión. A pesar de que había salvado algo de capital para vivir humildemente, se sentía incapaz de comenzar de nuevo. Le veía a menudo con su tristeza, abatido y sin posibilidad alguna de salir del agujero en el que se encontraba. Así pasó un año y nuestros encuentros llegaron a ser un auténtico «rosario de lágrimas».
En ese periodo me propusieron participar en la creación de una nueva Empresa. Había que comprar el «master franquicia» de una patente americana dedicada a la limpieza de falsos techos y luminarias. Me parecía un tema interesante, con mucho futuro y, aunque había que hacer una primera inversión importante, podíamos crecer rápidamente basándonos en la concesión de franquicias. Pensé que era una gran oportunidad para mi pobre amigo y le llamé para vernos.
Quedamos en un cafetín cerca de su casa y apareció como siempre, cabizbajo y con aspecto de jubilado sin derecho a serlo. Le intenté animar con el nuevo proyecto y, como confiaba en el negocio, me ofrecí a prestarle el dinero para entrar. Además, existía la posibilidad de que fuese un socio ejecutivo y se encargase de un área, lo que suponía un sueldo y una actividad diaria. Me agradeció todo pero me respondió que se sentía acabado, inseguro y, por lo tanto, incapaz de abordar ningún proyecto empresarial. Le animé a que se superase y le dije que tenía que buscar una salida a su situación. Me respondió: cómo puedo vencer mis problemas cuando ya no tengo valor para combatirlos. Aquello me exasperó de tal forma que decidí contarle lo que pensaba de él, con el riesgo de perder nuestra amistad. Le dije: no hace ni siquiera quince meses que te creías bien seguro de no tener que sostener jamás tu lucha contra la ruina y quizás tu orgullo te ha castigado pues, seguramente, antes de caer, habrás sido advertido muchas veces. Serías dos veces culpable si no sales de esta situación conociendo tu debilidad. Me respondió: tienes mucha razón pero, a pesar de que he analizado mis errores, no puedo aparcarlos por mucho que lo intento y me atormento pensando que, si comienzo de nuevo, puedo volver a errar. No olvidarlos renueva a cada instante el modo de pensar en ellos y me he convertido en una víctima de mí mismo. Para mí, olvidar no es cuestión de memoria. Yo no cejé en el intento y le dije: »te entiendo pero, aunque hayas perdido la fuerza sobre tus sentimientos, deberías conservarla sobre tus actos para salir ya no de tu ruina, sino de tu problema interior, aunque sólo sea por el consuelo de que lo has combatido con todas tus fuerzas.
»El empresario arruinado está obligado a rendir homenaje de tristeza durante algún tiempo, pero perseverar en el dolor es una conducta obstinada, teniendo en cuenta que ha competido en un mercado donde cada día mueren y nacen muchas Empresas. Con tu actuación, muestras una torcida voluntad respecto al mundo de los negocios, un espíritu sin fortaleza, un entendimiento simple y sin educar, aspectos impropios y absurdos para la razón de un empresario, que debiera conocer que el éxito y el fracaso es un tema acostumbrado desde que montó su primera Empresa hasta hoy y que debe ser así.
»Tienes que echar por tierra ese dolor inútil y no culpabilizar a nada ni a nadie y pensar que todavía el mundo empresarial es cercano a ti y puedes volver a conquistarlo.
Aguantó «el chaparrón» arrugado en la silla y después de unos minutos sin hablar, me respondió: acepto tu propuesta pero yo pondré mi dinero. Quiero mantenerme en mis principios aunque, por estar arruinado, haya perdido la facultad de trabajar y de moverme con firmeza hacia un fin determinado.