Micro índice:
979. CON DINERO AJENO
Entre los muchos tiburones que he conocido en mi vida empresarial, hubo uno con el que todavía mantengo una buena amistad. Compró dos viejas empresas en suspensión de pagos, vinculadas entre sí. Una fabricaba sartenes y utensilios de cocina y otra distribuía estos productos.
La fábrica tenía más de ochenta años de existencia, cien empleados y una maquinaria bastante obsoleta con la que no se podía fabricar a costes competitivos. Para sacarla de la suspensión de pagos y que fuera viable, era necesario una reestructuración total, nuevas máquinas y reducir la plantilla a menos de la mitad.
La distribuidora tenía una plantilla de sesenta empleados y como no podía mantener los costes con los productos propios, distribuía también los de la competencia. En el último año había perdido la mayoría de las representaciones. Las grandes superficies obligaron a los fabricantes a negociar directamente con ellos y esto abocó a la Empresa a la suspensión de pagos. Como tenía una red comercial muy capilarizada, mi amigo el tiburón la quería reorganizar para utilizarla en la distribución de productos de consumo diario en hostelería. Siempre, en estos casos, lo verdaderamente valioso es la marca y ésta estaba muy reconocida en el mercado nacional y en el europeo.
Como la ambición de mi amigo le llevaba a desear inmediatamente nuevas empresas, una vez saciado el apetito con la compra de la anterior, contrató a dos consultoras externas especializadas en reflotar empresas, para él poder dedicarse a seguir devorando. No se fiaba de ellos y me pidió que fuese el responsable de gestionar ambas crisis. En realidad, lo que quería de mí era que vigilase el día a día de los consultores y los gastos. Me ofreció una pequeña participación en las empresas a cambio de mi trabajo. Consideré que el tema podía tener futuro y me embarqué en la aventura.
Mi amigo marcó unas directrices con las que, como siempre, no arriesgaba un céntimo.
En la fábrica, había que enviar al mayor número de empleados al fondo de garantía salarial, prejubilar con un año de carencia en la indemnización, además de convencer a los bancos para que suscribieran una tercera hipoteca sobre los bienes inmuebles y con este dinero comprar máquinas nuevas. También había que involucrar a los proveedores en el plan de viabilidad para que condonasen las deudas a cambio de mantenerles como tales, o negociar con ellos una quita por debajo del 50%.
En la distribuidora, había que seleccionar a los mejores vendedores y despedir al resto también con un año de carencia en el pago de la indemnización. Los comerciales que se quedasen tenían que convertirse en autónomos sin indemnización alguna y había que gestionarles un crédito avalado por ellos mismos para la compra del vehículo de reparto. Mientras tanto, se tenían que cerrar acuerdos con otras fábricas para la distribución de sus productos directamente en hostelería.
Me pareció que tensaba demasiado la cuerda, pero puse a trabajar a los consultores y fui descubriendo lo diferentes que eran unos de otros, a pesar de que se dedicaban a lo mismo.
La consultora encargada de reflotar la fabrica la formaban consultores con excelente currículum académico. Desembarcaron pensando que había que cambiarlo todo. Apoyaban sus tesis con paridades sacadas de los libros, que relataban lo que había sucedido en otras empresas, también con el fin de demostrar la inutilidad de los directivos que habían gestionado la Compañía hasta su crisis. Practicaban el «divide y vencerás», premiando a unos y castigando a otros. Hacían creer a los empleados que los que les eran fieles hallaban un padre que les podía ayudar y los que se apartaban, encontraban un maestro que les corregía. Conseguían que unos les considerasen buenos para la situación de crisis y otros demasiado poderosos para combatirles. Eran listos, fríos y feroces. Buscaban medios ejemplares de justicia; despedían sin reparos; ejecutaban avales; pleiteaban contra impagados y ahogaban o engañaban a los proveedores que todavía les apoyaban. Coqueteaban como auténticos charlatanes con todos, para tener a su disposición a unos cuantos que luego abandonaban con bastante ligereza.