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999. NUNCA PERDER EL NORTE
La vida del empresario es una cadena ininterrumpida de sucesos extraños, intrincados y singulares. Se dedica a la vida activa por lo que se ve forzado a intervenir en situaciones muy diversas. Por ello, tiene que curtir su espíritu contra las impresiones a las que se ve expuesto en toda situación nueva y contra la dispersión que pueda querer imponerle la cantidad y diversidad de negocios y personas con las que tiene que vérselas.
Incluso, bajo el acoso de grandes acontecimientos, necesita saber seguir el hilo de sus negocios y no perder la agilidad y la destreza para conseguir lo que se propone. Su espíritu tiene que estar siempre atento a lo que pasa a su alrededor y ser un servidor diligente, rápido y decidido, de su inteligencia.
Tiene que tener en cuenta que las personas esperarán que conduzca por buen camino todos los acontecimientos que se agolpen a su alrededor y, si tiene éxito, se convierte en un héroe para su entorno. Bajo su influencia, los azares de la vida pueden transformarse en historia.
1.000. ENCARAR LA MADUREZ
Entre los cincuenta y cinco y los sesenta y cinco años es cuando algunos empresarios observan, con alguna desesperación, que no han conseguido todos los negocios que se proponían y se ven obligados a abandonar las pretensiones a las que todavía tienen apego. Para ellos, supone un gran sacrificio y precisan un tiempo para asumirlo.
Los más numerosos caen en una apatía y no salen de ella si no es para consumir; se vuelven cascarrabias y están siempre como fastidiados sin llegar a ser malos. Simplemente, parece que se quedan sin ideas y repiten con cierta indiferencia lo que ya conocen o lo que hacen otros.
Otros son más raros pero son mejores. Son aquellos empresarios que, habiendo tenido carácter y habiendo procurado alimentar siempre el espíritu, se crean una existencia basada en cultivar su razón, procurando adornarla de pequeños logros como lo hicieron en otro tiempo con grandes objetivos. Normalmente, están dotados de un juicio muy sano; al mismo tiempo, tienen un talento sólido y son joviales. Sustituyen su genio festivo por una atractiva bondad; sus encantos aumentan con la edad y se acercan a la juventud haciéndose querer por ella. Lejos de ser severos, sus largas reflexiones sobre la debilidad humana y sus recuerdos del pasado los hacen más accesibles y muchas personas buscan la utilidad de sus consejos, producto de su primera ancianidad. Tienen claro que la juventud no depende de la edad, sino de la intrepidez, del gusto por el riesgo y, aunque en algo esto lo han perdido, no así su disposición a encarar el permanente reto por la vida. Para ellos, aprovechar el tiempo no tiene el sentido de urgencia o amenaza propio de la edad madura.
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