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El joven discípulo de un filósofo sabio llegó a casa de este y le dijo:
—Maestro, un amigo suyo estuvo hablando de usted con malevolencia.
—¡Espera! —lo interrumpió el filósofo—. ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
—¿Las tres rejas?
—Sí. La primera es la reja de la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?
—No; lo oí comentar a unos vecinos.
—Entonces al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Esto que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?
—No, en realidad no. Al contrario...
—¡Vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
—A decir verdad, no.
—Entonces —dijo el sabio sonriendo—, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.
Cuántos malos ratos podríamos evitar si sometiéramos a esas tres rejas todo lo que decimos...
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* Contribución de Aquiles Orduña, 9 de noviembre de 2001.